“La Rana Sorda”
Coincidirán mis magnánimos lectores en que durante estos días, pese a la contaminación, hemos respirado (virtualmente) aires de optimismo. Ser bicampeones de América era algo hasta ahora impensable, ¡pero se logró! Se quebrantaron las futboleras estadísticas, las crudas encuestas, los triunfos anteriores…, se desoyó todo lo negativo y nada impidió el triunfo. Siendo esta experiencia tan real como reciente, me he esmerado en aplicarla a la contingencia política actual, catequizando a mis sabios contertulios respecto de que nuestros deportistas ganaron, entre otras razones, porque contravinieron a los agoreros de siempre -tal como lo hizo… ¡“La rana sorda”!
Les cuento la historia. Un grupo de ranas iba por el bosque y, de repente, dos de ellas cayeron en un pozo profundo. Todos los demás batracios se reunieron alrededor del socavón. En cuanto vieron lo hondo que era, empezaron a gritarles a las ranas caídas… que no podrían salir. Estas no hicieron caso a sus amigas y, con todas sus fuerzas, siguieron tratando de saltar fuera. Las otras ranas insistían que esos bríos eran infructuosos. Finalmente, una de las ranas se rindió y se ahogó. La otra, continuó saltando tan fuerte como le era posible, mientras la multitud le gritaba que dejara de sufrir y que sencillamente se entregara. Pero el tenaz animalito saltó cada vez con más ímpetu hasta que uno de sus intentos le resultó. Y ya una vez arriba, los otros anfibios le preguntaron: “¿No escuchaste lo que te gritábamos?” Tuvieron que repetir la pregunta hasta que la rana pudo entenderla, y entonces ella les respondió que era sorda y que creía que las demás le estaban dando ánimo para que se salvara.
Esta sencilla fabula nos permite concluir una escueta moraleja política… La perseverancia y la unidad de los descontentos con la contingencia política pueden conseguir un reordenamiento del mapa político nacional y un mejor futuro para las nuevas generaciones.
Por el contrario, si solo escuchamos a quienes vociferan que la situación no va a cambiar y que… los dados están tirados, vamos al abismo, sin más camino que elegir “en el fondo” entre dos males pasados. Si asumimos, en cambio, que es la gran mayoría la que está descontenta y que, en su independencia, no se reconoce ni de izquierdas ni de derechas sino como ciudadanos comunes y corrientes, tendremos la fuerza y la libertad para actuar al margen de los paradigmas que hoy controlan nuestra política. Son muchos menos los que, desde posiciones de privilegio, se presentan como “la” solución, asumiendo el error de que un discurso “políticamente correcto” es más importante y rentable que el bienestar de las personas.
Es indudable que nuestro país ha caído en un socavón de proporciones; después de años de progreso y crecimiento se han instalado la mediocridad y extravagantes parásitos han transformado el Estado en… un ineficiente y anémico vampiro que no se sacia con nada.
Ante esta realidad, los votos olvidados tenemos un solo y desafiante camino, igual que la ranita sorda: unirnos, sin militancias y de la forma más autónoma posible, para construir redes, sumar esfuerzos y luchar infatigablemente por retomar la senda del crecimiento, del trabajo, del emprendimiento; del orden, la seguridad y la libertad, única dirección capaz de conducirnos al desarrollo y el bienestar, y de romper las cadenas que nos hacen dependientes del clientismo político, del populismo y, en definitiva, del Estado y sus siempre bien acomodados burócratas de turno.
Por Cristián Labbé G.