PROCESO KAFKIANO
Muchas visitas recibí, presenciales y virtuales, mientras estuve privado de libertad en una unidad militar de Valparaíso. Acompañado por la tranquilidad propia de la consciencia en paz, las visitas se sucedían unas a otras: incluso gente que no conocía, enterada por la prensa, llegaba a expresarme su apoyo. En mi fuero interno no lograba salir del asombro por las horas vividas. Había sido sacado de mi casa a las cinco de la mañana por agentes de la policía, por disposición de un ministro de la Corte de Apelaciones, y trasladado en calidad de detenido al puerto. Pensaba en lo absurdo de la situación cuando mi celador me dijo de nuevo “Coronel, lo viene a ver….”
En ese momento, en la corte, se alegaba mi libertad. Mi mente acompañaba y daba fuerza a mi abogado, y no sabía si el amigo que llegaba a verme venia de allá o conocía los alegatos
-… Increíble, impresentable, asombroso… -partió diciendo, junto con estrechar mi mano.- Nadie podría creer lo que he visto y escuchado. Es una vergüenza, por suerte dejaron entrar a la prensa para que así compruebe lo endeble de la acusación. No logro entender cómo se da una situación así en nuestros tribunales de justicia… Se habla de ti como del “teniente Labbé” y tu abogado muestra el registro militar donde dice que tú eras Capitán… Por si fuera poco, te sitúan en Santo Domingo, ¡y la hoja de servicios dice que en esas fechas estabas en Valdivia…!
A esas alturas era tal la indignación de mi visitante que temí le diera a él el infarto que debió darme mí por lo vivido. Trate de calmar su indignación e incredulidad explicándole que teníamos pruebas irrefutables de que todo eso consiste en un montaje, que la causa recién se había abierto el 2015, cuarenta y dos años después de ocurridos los presuntos hechos, que el denunciante es un dirigente sindical por todos conocidos como un ácido activista de izquierda, que la única “prueba“ es la declaración de ese siniestro personaje y que si el ministro hubiese sido un poco más prolijo e investigado lo mínimo, se habría dado cuenta de que era imposible que esos hechos ocurrieran.
-Lo escuche en vivo y en directo, en la sala -prosiguió-, e incluso vi el asombro de los periodistas al oír a tu abogado (uno exclamó… ¡impresentable!)… -Mi buen amigo se tranquilizó un poco antes de agregar: -No sabes cómo recuerdo el caso del capitán Alfred Dreyfus, que durante años conmocionó a la sociedad francesa y marcó un hito en la historia de las injusticias. Su proceso se convirtió en símbolo universal de la iniquidad. Su inocencia fue reconocida por una sentencia que anuló el juicio y lo rehabilitó, reintegrándolo al ejército con el rango de Comandante. ¡Decisión inédita, única en la historia del derecho francés!
Lo interrumpí: ¡Lo que estamos viviendo es “kafakiano”, literalmente! Y le conté que la noche anterior, analizando la situación con un amigo escritor, recordamos la novela de Franz Kafka, “El proceso” (Der Prozess), publicada en 1925, donde Kafka cuenta que el personaje Josef K. es arrestado una mañana por una razón que desconoce. El autor nos relata que el protagonista se adentra en una interminable pesadilla para defenderse de algo que nunca se sabe qué es. Josef K. es sujeto de un asfixiante procedimiento judicial que poco a poco se apodera de su vida y es espectador de extrañas situaciones… Hice una pausa y le leí a mi visita lo que tenía anotado en una servilleta… (Las primeras líneas de El Proceso, de Kafka)…”Alguien debió de haber calumniado a Josef K., porque sin haber hecho nada malo, una mañana fue detenido” (Kafkiana coincidencia).