Publicado En: Jue, jul 31st, 2014

La última noche, foto y actividad pública de Grandona, en Argentina. En Chile, ANFP declara 3 días de duelo y Jadue viaja a Argentina

Era el dueño de la pelota y de todo lo que la rodeaba. El radar de Julio Humberto Grondona no dejaba escapar absolutamente nada. Era un pesado en  Argentina, pero también era la voz más escuchada en Sudamérica y en la FIFA. En sus puños se concentraba el poder. Un poder que cultivó durante 35 años desde la AFA y en el que no había confusiones: la AFA y Grondona eran una misma cosa.

La personalidad de Grondona fue el motor de su conducción. Podía hablar en voz baja y ser el más hiriente, podía enojarse con facilidad o mostrar una actitud paternal y generosa. Era un águila para manejar los tiempos de las negociaciones. Quizás, todo eso lo fue modelando sobre los desparejos adoquines de su Sarandí natal, donde el fútbol corría por las venas de esos pibes que tenían a la pelota como principal entretenimiento. Hincha de Independiente y con Arsenio Erico como ídolo, empezó a soñar de chico en el nuevo mundo que se abría a partir de la pelota.

En el barrio dejó su sello. A los 24 años fundó Arsenal Fútbol Club, que le dio un masaje en el alma en un momento dramático de su vida. Salió campeón poco después de que muriera Nélida, su esposa. Por esa pérdida cambió un hábito que lo identificaba: no volvió a usar nunca más el anillo que sentenciaba “Todo pasa”.

No existe ningún tratado que pueda explicar cómo un hombre que no hablaba dos palabras en inglés, que no se caracterizaba por su dialéctica, que no entendía nada de cibernética, podía llegar tan alto. Ganó ocho reelecciones para presidente de la AFA. Sólo una vez tuvo oposición. Fue en el 91, cuando se le animó el ex árbitro Teodoro Nitti, quien cosechó un solo voto. Antes y después, ganó siempre por unanimidad. Administró un Estado, el más sensible de los argentinos: el fútbol. Para eso, usó siempre su cintura para atravesar los tiempos de gobiernos militares o democráticos de distintos colores.

Por más allanamientos a la AFA, jamás pudieron desestabilizarlo. Afrontó juicios, gambeteó acusaciones de corrupción, tanto en la AFA como en la FIFA.

En la ferretería de Sarandí, donde a veces se lo veía detrás del mostrador. O más precisamente desde su mínima oficina, se cocinaba el fútbol vuelta y vuelta. A Grondona no le hacía falta ir a la AFA para enterarse de todo. Tenía sus topos que lo tenían informado de absolutamente cada detalle. No se le escapaba ni un solo resquicio de lo que pasaba en la AFA, en el predio de Ezeiza o en la Selección.

Decía que para conducir la AFA había que sacarse la camiseta del club. Él lo hizo. Su equipo era la Selección. No fue nunca más a ver a Independiente ni a Arsenal. Y se quejaba porque los dirigentes no tenían la misma actitud.

“El Jefe”, “El Patrón”, “Don Julio”, como lo llamaban, además de dirigente fue director técnico. Sugería con criterio y lo escuchaban. En Independiente, en Arsenal y en la Selección.

Lleno de ira, era capaz de patearle la puerta del vestuario a un árbitro o de ponerse al lado de otro para protegerlo después de una pésima actuación.

Modeló el fútbol argentino de los últimos 35 años. De Joao Havelange, ex presidente de la FIFA, aprendió que el fútbol es un generador de negocios sumamente rentables que había que explotar.

Construyó una AFA rica y dejó que la indolencia de los dirigentes fabricara clubes pobres. La matriz de su poder estuvo en esa ecuación. Grondona atendía personalmente a los dirigentes que le pedían algo. Desde la solicitud del club más modesto de la última categoría que imploraba por diez pelotas al más encumbrado que reclamaba una suma millonaria. Todos le debían un favor. Esa fórmula sencilla y eficaz fue la base de su éxito.

Pudo concretar un sueño gigante. Construyó en Ezeiza un predio para las Selecciones argentinas que es un modelo mundial.

Perdió por goleada en la lucha contra la violencia. La perdió él, es decir la AFA, y todos los que no colaboraron para erradicarla. Como organismos de seguridad, Policía, dirigentes, jueces y gobiernos municipales, provinciales y nacional, que miraron siempre para el costado y dejaron crecer el negocio.

Disfrutó, como presidente de la AFA, de varios títulos. El del 86 fue el que más llenó su corazón. Porque tuvo una participación activa en la consagración. También lo llenó de orgullo el ciclo de los juveniles con sus cinco títulos. Aunque el primero fue el del 79. Allí comenzó su historia como presidente de la AFA. Pero no estuvo en Japón, en la conquista de aquel equipo de Menotti que tenía a Maradona como crack. Con el Diez tuvo una relación de amor y odio. Pero con quien tenía debilidad era con Messi.

Leo conquistó su corazón desde el primer momento. Y él fue el principal artífice para que Messi se pusiera la camiseta argentina y no la de España.

Era la mano derecha de Joseph Blatter, titular de la FIFA. Conducía la Comisión de Finanzas de la mayor corporación universal.

Cuando se habla de una familia de fútbol, los Grondona son el ejemplo más claro. Don Julio fue presidente de Arsenal, como su hijo Julio; de Independiente, como su hermano Héctor; y de la AFA. Su hijo Humberto conduce las selecciones juveniles. Y su sobrino Gustavo fue futbolista.

Decía que tenía 83 años, cuando en realidad los hubiese cumplido el 18 de septiembre. Algunos sostenían que lo hacía por cábala. Pero esta vez no funcionó. En una nota tras el Mundial 98, confesó: “Luego de cada Mundial, me queda alguna enfermedad”. Esa sentencia parece hoy más cruel. Poco después de Brasil, encontró la muerte.

Más enigmático fue lo que ocurrió el lunes por la noche. Mientras comía con sus nietos, afirmó: “Estoy en el mejor momento de mi vida …”