Humorista argentino se llevó todos los premios en la Quinta Vergara. Rutina entretuvo al monstruo.
Feliz y como “un sueño” calificó Jorge Alís su presentación en la Quinta Vergara, con la misma actitud zen que mostró antes de realizar su consagratoria presentación, y que está en el extremo opuesto a su hiperventilado personaje, el “argentino cul…”.
Suena a lugar común en quien se baja cargado de trofeos y quiere congraciarse con la audiencia local, pero al trasandino no queda otra que creerle. Es que no es para menos: Tras llegar a Viña del Mar siendo poco menos que un absoluto desconocido, se retira como el humorista de moda en Chile. Ni más ni menos.
La muestra de ello está en sus manos, en forma de gaviotas y antorchas, y Alís todavía no puede creer cuando las mira. “Es algo muy potente, que primero lo sentí con el silencio del público. Era un premio. Recibir esto (los trofeos) fue algo que lo sentí cuando nacieron mis hijos, una emoción que tenía que ver con algo que no podés pensar, que te supera. Fue increíble que el público se parara y te aplaudiera”, recuerda ante la prensa.
Pero la cosa no empezó fácil. Porque, fiel a su más cuestionable e injustificada tradición, el público recibió con aisladas rechiflas al comediante, por el solo hecho de ser argentino. Pero “a los cinco o seis minutos sentí que el público se calmó y me relajé. Después pude vivir el momento presente. Sentía un silencio muy potente, y ése es el logro más grande en este escenario”, contó.
Pero tampoco estuvo muy preocupado antes. “Siento que la historia de Argentina y Chile ya no existe, esa especie de rivalidad de la que aparentemente se hablaba. Quizás yo podía ser carne por ser argentino, porque no me conoce nadie, pero el público disfrutó de lo que hice, porque son cosas que nos pasan a todos”, dice aludiendo a los motores de su rutina, centrada en la mujer chilena, el matrimonio y el transporte público, entre otros tópicos locales.
Todas historias relatadas a punta de “hijos de…” y “argentino cul…”, sin reparo alguno, y sobre lo que Alís desdramatiza: “Yo creo que es una forma de hablar argentina, y es un poco el personaje mío. Es una cosa (el “hijo de…”) que para nosotros es casi como un cariño, como una especie de ‘hueón’, y siento que forma parte de mi manera de hablar. Siento que lo que dije fue mi estilo, mi forma, y espero que el público no se haya molestado”.
Sobre el abrupto ingreso de los animadores a escena, que en un primer minuto dio la impresión de corte, Alís también habla con el relajo que sólo da el triunfo. “Yo creo que fue una historia de tiempo. La rutina tenía que durar unos minutos y nos estiramos 20 más, casi el doble, pero fue por disfrutar ahí, por el rebote, que hizo que una rutina de 35 minutos durara 50 y algo. Fue eso, pero fue bonito, porque el público hizo una cosa preciosa, se paró, y después retomé la rutina que tenía. Traté de hacerlo como venía antes”, recuerda.
Respecto del futuro, en tanto, dice no saber lo que viene. Pero aunque la bola de cristal promedio le pronostique desde ya un salto en presentaciones e invitaciones a medios, y hasta nuevos pasos por Viña del Mar, el argentino zen no pierde el norte: “Hay algo que me encantaría, que es que podamos hacer lo que nos gusta. Yo esto lo hago hace años y con esto pago mis cuentas. Lo más lindo es seguir haciendo lo que nos gusta”.