Teresa Romero, la enfermera española que se recuperó del virus del ébola, abandonó este miércoles el hospital Carlos III de Madrid tras ser dada de alta al comprobarse que no presenta rastros de la enfermedad.

Acompañada de su marido, Javier Limón, Romero ofreció una conferencia de prensa a su salida del recinto asistencial, ocasión en la que agradeció “a Dios y también a Santiago Apóstol por devolverme la vida, por permitirme estar aquí”.

Pero sus palabras estuvieron dirigidas principalmente a los profesionales que la atendieron el tiempo que estuvo aislada, ya que ellos “han demostrado que tenemos la mejor sanidad del mundo. Profesionales abnegados que, pese a la nefasta dirección política, son capaces de lograr milagros. Yo soy uno de ellos”.

“Cuando me veía morir me aferraba a mi recuerdo: a mi familia, a mi marido, al que adoro. Yo me encontraba aislada y no tenía más contacto con el exterior que el que tenía con Javier a través del teléfono de la habitación, y el cariño de todos estos profesionales, quienes con su dosis de paciencia y de amor por mí y por la profesión, me demostraban cómo toda la sociedad española luchaba contra el ébola y me copaba para salir adelante”, agregó.

Respecto a las declaraciones de las autoridades sanitarias que la sindicaban como la principal responsable de su contagio por haberse tocado supuestamente la cara con un guante tras haber tratado a un sacerdote enfermo con ébola, Teresa Romero sostuvo que “no sé lo que falló, ni siquiera sé si falló algo. Sólo sé que no guardo rencor ni reproches”.

En ese sentido, aseguró que “si mi contagio sirve para algo, para que se estudie mejor la enfermedad y pueda ayudar a encontrar una vacuna, o que mi sangre sirva para curar a otras personas, aquí estoy”.

“Si con mi sangre se puede curar, lo repito otra vez, aquí estoy hasta quedarme seca. Me ofrecí de voluntaria para ayudar aún a riesgo de perder mi vida, pero sinceramente creo que no ha sido en vano”, agregó.