El Lobo y el Chaleco Amarillo
Nuestra capacidad de distracción política no tiene límites: el chaleco amarillo reflectante pasó a ser tema obligado en… la oficina, los medios, internet, la casa y la cocina. Todo feligrés tiene algo que apuntar, en qué esquina, puente o peaje lo encontró, cuánto le costó (crispando al que pagó el triple o el cuádruple). Peor aún, “fue el hijo de fulano o el de zutana quien hizo la primera y más grande importación de este luminoso accesorio”. No entro en la discusión sobre si son inflamables y por ende muy peligros. Todos tenemos opinión, todos tenemos anécdotas en torno al amarillo chaleco porque el tema da par un barrido y un fregado.
Queda claro, una vez más, eso sí, que nuestros legisladores son una chacota, nuestros políticos unos incompetentes y a nuestro gobierno “no se le va una”, ¡el chaleco les vino como anillo al dedo para distraer la atención y tapar sus inquinas y enconos internos!
Me pregunto, ¿cómo ninguno de nuestros sabuesos políticos ha reparado que este caso da rienda suelta a un sinnúmero de irregularidades? Piense mi querido lector que los chalecos se venden en el comercio informal a vista y paciencia de todas las autoridades y nadie reacciona; se cobra por ellos lo que se quiere y no hay colusión, lucro, ni nada que se le parezca; no se pagan impuestos, nadie controla una red de distribución de millones y millones de pesos…
Sin embargo, cuando los habilidosos analistas políticos tratan de explicarse cómo hemos llegado a la situación de descredito de la autoridad, al desprestigio de la política, a la pérdida del respeto por el imperio de la ley y a otros males que nos aquejan, siempre buscan sofisticadas teorías e interpretaciones. No se percatan de que la respuesta es muy simple y está en sus narices: los problemas de nuestra sociedad encuentran su causa en casos tan concretos como… el amarillo chaleco reflectante.
La metáfora platónica recomienda “no perder de vista el bosque en la contemplación de los árboles”. Así es como, distraídos por problemas menores (el chaleco), tenemos una escasa visión global y extraviamos nuestra percepción del todo (el ordenamiento social), se nubla el juicio y la situación se torna incierta. Surge la típica reflexión: ¡no sé a dónde vamos a llegar!
Nos distraemos con el chaleco y no vemos más allá. No vemos que, en cada esquina donde se vende esta prenda lo que sucede es un agravio a la autoridad, un acto de economía informal, un usufructo ilegal en el espacio público, una evasión de impuestos, un accionar de redes ilegales de distribución, una vulgar usura, un enriquecimiento ilícito…, etcétera, etcétera.
Si nos detuviéramos a contemplar el bosque, tendríamos a la vista que en cada uno de estos casos, el chaleco, el enchufe del celular, los primores y todo lo que vende el comercio ambulante, en veredas y esquinas, son eslabones (otros tantos árboles para efectos metafóricos) que no hay que soslayar y cuya totalidad conforma la cadena o bosque destinado a sojuzgar la sana convivencia en una sociedad donde libertad y orden convivan democrática y formalmente, donde nadie esté fuera de la ley, ni abuse de ella, ni sea abusado por ella.
Abra los ojos mi cándido lector…el chaleco ha sido usado como un “reflectante artificio” y cual Caperucitas Rojas en el bosque, nos hemos dejamos engañar por el lobo con su “disfraz amarillo”.
Cristián Labbé Galilea.