Barack Obama apuesta por el éxito de la negociación nuclear con Irán
El progreso del diálogo revalidaría la política conducida por la Casa Blanca y daría brillo al expediente de política exterior del presidente
Barack Obama, que se ha resistido desde su llegada a la Casa Blanca a una acción militar contra Irán, insistentemente reclamada por Israel y los halcones en Washington, necesita ahora un éxito en las negociaciones con el régimen islámico, no solo para confirmar el acierto de su posición, sino para apuntarlo como mérito distintivo de una presidencia en la que no se acumulan demasiados triunfos en política exterior.
La eliminación de la amenaza nuclear que Irán representa hoy y el eventual retorno de esa nación, fundamental en el equilibrio estratégico mundial, al grupo de países con los que Estados Unidos mantiene relaciones de intercambio y colaboración, significaría un enorme progreso del que Obama podría justamente presumir.
De ahí la precipitación con que la Administración norteamericana se aproximó al nuevo presidente iraní, Hasán Rohaní, en cuanto éste insinuó sus primeras intenciones de diálogo y de cambio. La intervención de Rohaní, el pasado mes de septiembre, en la Asamblea General de Naciones Unidas, en las que confirmó su deseo de entendimiento con EE UU, fue inmediatamente seguido por una llamada telefónica del propio Obama en la que ambos presidentes certificaron el comienzo del deshielo tras más de tres décadas de enfrentamientos.
Hasta ese momento histórico, Obama tuvo que soportar presiones, a veces inmensas, de parte de algunos congresistas norteamericanos y, sobre todo, del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, que acusaron al presidente de poner en riesgo la seguridad de Israel por permitir que Irán siguiera adelante con su programa nuclear.
Pese a la insistencia de Netanyahu de que el régimen islámico estaba a punto –a pocos meses- de conseguir la fabricación de una bomba atómica, la Casa Blanca ha repetido durante tres años que ese riesgo no era todavía tan inminente y que aún quedaba espacio para intentar una negociación.
Al mismo tiempo, el Gobierno estadounidense puso en marcha a partir de 2010 el más severo plan de sanciones económicas que ha sufrido nunca Irán. Contra el escepticismo de quienes interpretaban ese plan como una mera pérdida de tiempo, las sanciones fueron paulatinamente minando la economía de Irán y, con ello, debilitando también la resistencia del régimen islámico a recortar su programa nuclear y renunciar a la bomba atómica.
El siguiente reto para Obama es conseguir que el diálogo, finalmente abierto después de tantos obstáculos, lleve efectivamente a resultados tangibles y convincentes. La capacidad de Rohaní de llegar a acuerdos, probablemente, es limitada, y las garantías de que esos acuerdos se cumplan, solo relativas, teniendo en cuenta la evidente lucha por el poder entre moderados y radicales que existe actualmente en Irán.
No va a ser fácil vencer arrancarle a Rohaní las concesiones suficientes para vencer la incredulidad de Netanyahu y de sus aliados en el Congreso de EE UU. El primer ministro israelí descalificó las conversaciones de Ginebra ya antes de conocer los resultados, y varios senadores en Washington han anunciado su intención de proponer nuevas sanciones contra Irán incluso antes de que el presidente les pida reducir las actuales.
Al terminar el segundo día de negociaciones en Ginebra, Obama llamó a Netanyahu por teléfono para informarle de los avances de las conversaciones y reafirmar que el objetivo de las potencias internacionales es evitar “la obtención de armamento nuclear por parte de Irán”, informa la Casa Blanca en un comunicado.
El éxito de la política de Obama hacia Irán está todavía sujeto a muchos imponderables. Que Obama necesite ese éxito para darle brillo a su presidencia no es, de entrada, un gran estímulo para que sus rivales republicanos le ayuden a conseguirlo. Tampoco es de esperar una gran colaboración de Netanyahu, cuya desconfianza en Obama ha sido evidente desde la primera conversación entre ambos.
El mejor aliado de Obama en el diálogo con Irán, para bien o para mal, es la posibilidad de que Irán esté igualmente necesitado de un éxito. Si el Gobierno de Teherán ha entrado sinceramente en ese diálogo, pese a las turbulencias que puedan encontrarse en el camino, porque necesita el oxígeno económico que las sanciones le roban, el deshielo que comenzó en septiembre podría culminar con éxito.
Pero los pasos tendrán que ser cortos y seguros. Ninguna de las dos partes puede dar la sensación de que está cediendo más de lo que sus rivales permitirían. Obama ya dijo en una entrevista antes de la ronda de ayer de conversaciones en Ginebra, que “no se trata de hablar de las sanciones” sino del programa nuclear. Irán lo ve exactamente al revés. El resultado depende de la capacidad de ambas partes para una diplomacia de alto calibre.