Publicado En: Dom, oct 6th, 2013

Hija del fallecido General Mena, relata impactante historia de las últimas y valientes horas de vida del General de Ejército

 

 

general menaEl 27 de septiembre, hace justo una semana, María Soledad Mena Taboada llegó a eso de las 8 de la mañana al departamento de su padre.

Marisol, como le dicen en la familia, solía ir el fin de semana a verlo. Podía ser sábado o domingo. Eran los días que él general (R) Odlanier Mena tenía permiso para salir del penal Cordillera. Esta vez era diferente. Por eso Marisol no esperó el sábado o domingo para el encuentro acostumbrado. Sabía que su padre tenía que salir ese viernes y, aunque no había hablado con él, comprendía el impacto que debió provocarle el anuncio que había hecho el día anterior el Presidente de la República. Lo que no sospechaba era que el general en retiro se pondría a escribir compulsivamente en la laptop que tenía sin acceso a internet, a partir de ese mismo jueves, y que seguramente no durmió en toda la noche, porque redactó ¡13 cartas!

“Primera vez que lo vi quebrarse”

Las horas pasaron con lentitud el viernes pasado para Marisol y su madre, de 84 años, mientras esperaban. Almorzaron, pusieron en orden algunas cosas del departamento, hicieron recuerdos…

Eran pasadas las cuatro de la tarde cuando un carro celular abandonó el Penal Cordillera con el general (R) Odlanier Mena en su interior.

Lo llevaron al Hospital Militar y avisaron a la casa que lo fueran a buscar allá. Se movilizaron entonces los hijos de Patricio Mena, el hermano ermbajador de Marisol.

A eso de las cinco y media de la tarde, Odlanier Mena cruzó el umbral del edificio ubicado en la calle Callao, en Providencia.

-¿Cómo lo vio?

-Llegó muy humillado. Primera vez que lo vi quebrarse. Estábamos mi mamá, sus nietos y una tía. Se sentó en su sillón, se sentía sumamente agobiado y humillado.

-¿Qué les dijo?

-Que había tenido que salir escondido de Cordillera, por su seguridad y por los periodistas. En todo caso, siempre dejó en claro que Gendarmería fue muy profesional.

-¿Qué le dijo a su esposa, la señora Inés, cuando la saludó?

-Bueno, estábamos todos. Se quebró y dijo que ya no aguantaba más. Era la gota que rebasó el vaso.

Pasó un buen rato y después se reunió con sus nietos en el escritorio. Entraron Pablo, hijo de Marisol; y María Cristina y Nicolás, de Patricio.

-Ahí les dijo que estaba muy cansado, enrabiado, mas no depresivo. Era como el sentimiento contrario a estar deprimido.

-¿Ustedes, la familia, comprendieron que esa reunión tenía un carácter decisivo, por lo que el general Mena iba a decir?

-Sí, totalmente. Incluso mi hijo el abogado, después de la reunión, me dijo: “Tú te quedas aquí esta noche, por cualquier cosa”.

En esa reunión en el escritorio, Odlanier Mena le entregó un sobre a Nicolás, que quedó como el albacea del abuelo. “El hace de coordinador de los primos, que tienen entre 30 y 20 años, y nosotros”. Dentro de ese sobre había varias misivas.

-O sea, ¿cuántas cartas dejó su padre, en total?

-Mi padre dejó una carta general para la familia, más el acta que se publicó y otras 11 cartas personales para cada uno de sus nietos. Esas cartas las escribió el jueves en su laptot que tenía allá, mas no internet. Se debe haber dado un buen trabajo, porque era bastante. Les hace recuerdos de momentos pasados en familia y también hace disposición de pequeñas cosas materiales que eran suyas. El era así, lleno de gestos.

-¿Ustedes sabían de esas cartas el viernes?

-Supimos, pero nadie abrió ni una carta, porque estábamos con él.

-Pero al estar estas cartas, ¿ustedes supusieron que se iba a quitar la vida?

-Sí, supusimos.

-¿Lo intuían?

-Era más que una intuición. El problema era determinar cuándo y cómo.

-¿Cómo vio a sus hijos y a su sobrino después que salieron del escritorio, donde hablaron con él?

-Era una mezcla de sentimientos, de mucho orgullo y como que estaban bravos. Estaban totalmente con él, con sentimientos de mucha valoración hacia su abuelo. Además lo adoraban, él tenía una exquisita relación con cada uno de sus nietos.

“El tampoco quería morir allí”

El tema de la muerte se tocaba, pero no de forma clara, cuenta María Soledad Mena.

-Lo que pasa es que él, con su voz de mando, dijo: “Yo ya no aguanto más esta situación, no quiero más”. Sentía inaguantable, tanto para él como para mi mamá, el pensar en Punta Peuco, a 60 kilómetros de Santiago; ya era un grado mayor de problemas irse tan lejos.

-Ya antes ustedes estuvieron preocupados de que él se pudiera suicidar, cuando lo detuvieron en Maitencillo el año 2009.

-La diferencia de Maitencillo, en él, fue que entonces tenía por qué luchar todavía. Le quedaban trámites que hacer. Soportó bastante bien Cordillera como él era, muy digno. En ese momento sintió que todavía le quedaba mucho por hacer, de partida, escribió el libro con sus memorias (“Al encuentro de la verdad”, se titula el texto que publicó en agosto). Y ahora la diferencia era que no le quedaba más que demostrar. Había hecho lo humanamente posible para dejar en claro su inocencia, y cómo habían sido las cosas.

-Llama la atención que lo hubiera preocupado tanto que alguien intentara involucrarlo en el Plan Cóndor. Uno pensaría que él ya estaba acostumbrado…

-No, nunca se acostumbró. Ya era un hastío esa situación. Porque tenía que pasarse mañanas enteras en la Corte, acompañado de un gendarme: desde las 9:00 hasta las 2 de la tarde, otras veces hasta las cinco esperando declarar.

-Usted había dicho que no quería que su padre muriera en el penal Cordillera…

-El tampoco quería morir allí. Incluso él tampoco quería por un detalle de lealtad con los gendarmes, porque los iban a castigar probablemente si algo le ocurría. Esa era su preocupación.

La última cena

La noche del viernes comieron juntos todos: el general (R) Mena, su esposa Inés Taboada, tres nietos, una hermana viuda de Inés y María Soledad.

-Fue una comida casi normal, diría yo. Comimos tártaros que preparó mi mamá, que le encantaban. Siempre ella lo esperaba con cosas ricas. Se contaron anécdotas, ya relajados todos después de la conversación con mi padre. Estábamos todos asumidos, como cuando ha pasado un momento de tensión y viene el relax. Nos fuimos a acostar como a las once de la noche.

-¿Pudo conciliar el sueño? ¿Sintió temor del momento en que iba a ser el desenlace?

-Yo no tenía miedo, fíjate. Era una situación distinta al miedo. Sentía mucha ternura por mi padre, ganas de protegerlo, de abrazarlo, de dejarlo con uno todo el rato. Yo dormí en la salita que adaptaron para la lectura de mi padre, porque a él en la noche le daban ganas de leer y, para no despertar a mi madre, se iba a instalar ahí. Así que dormí rodeada de sus libros.

-¿Y cómo estaba Inés, su madre?

-Estaba frágil, como ahora. Pero entera.

-¿Y ella, mejor que ustedes, sabía?

-No mejor que nosotros, porque mi padre siempre la protegía, de modo que no le transmitía algunas veces sus sentimientos para que ella no estuviera intranquila.

“Justo llamó Alfonso Márquez”

Al día siguiente, sábado 28 de septiembre, a eso de las 9 de la mañana Marisol tomó desayuno con su padre y la tía (hermana de Inés Taboada) en la cocina.

-¿Cómo estaba él? ¿Se veía diferente?

-Lo noté muy ensimismado. Era como si ya no tuviera más emoción.

-O sea, como que ya estaba determinado a la tarea…

-Yo pensé en ese momento que estaba cansado, que no había dormido bien. Después se puso a leer el diario. Estaba leyendo la carta que le publicaron, pero como que no le dio importancia, ni siquiera me lo comentó. En eso sonó el teléfono. Era Alfonso Márquez de la Plata, que le publicó su libro. Me pidió que le diera un mensaje, que no recuerdo. Mientras estaba hablando con Alfonso Márquez se me arrancó; no, no quiero decir eso, sino que lo perdí de vista cuando abría la puerta del departamento y pensé que iba a botar algo al incinerador. Cuando corté, vi que la puerta del departamento seguía abierta. Salí a verlo y había una pequeña bolsa de supermercado en el suelo. La tomé para arrojarla al incinerador, fui a tirar la bolsa y ahí lo encontré.

-¿No sintió el disparo?

-No.

-¿Alguien de la familia, o en el edificio, escucharon algo?

-Nadie sintió.

-¿Usó silenciador?

-No sé. El estaba tendido entre la escalera de servicio y donde está el ducto del incinerador.

-¿Qué sintió al verlo? ¿Pensó que era lo que iba a pasar?

-Sí. Igual, una ternura muy grande, un sentimiento muy especial. No fue ni horror ni asombro. Fue una sensación como de paz.

Entró al departamento y le avisó a su madre: “Mi papá murió”.

“El funeral de mi papá fue utilizado”

Ahí comernzaron a buscar un celular para llamar a los hermanos de María Soledad y a los nietos del general. Pero a ella se le había quedado en su casa. Con el nerviosismo, la mamá tampoco encontraba el suyo y el teléfono básico estaba bloqueado para llamadas al extranjero. Había que avisarle a Hernán, el embajador de Chile en Nicaragua, y a Patricio, a Nueva York. Los nietos llegaron pronto.

-Mi hijo abogado llamó a Carabineros. Eran pasadas las 9 y media de la mañana.

-¿El desenlace no fue sorpresa para la familia?

-No. Todos lo sabíamos. Todos.

-¿Cómo reaccionó su madre?

-Ahí fue un varullo de cosas, porque no encontrábamos los celulares y mi mamá tenía bloqueado el telefono fijo para llamar a celulares. Hasta que encontró su aparato y le avisamos a mi hijo, quien llamó a Carabineros. Y ahí llegó la policía, la PDI, el fiscal. A todo esto, las famosas cartas estaban en el mismo sobre grande que le había entregado mi papá a Nicolás. Los chiquillos les tomaron fotos con los celulares, porque la policía las incautó. Tenemos en este momento las fotocopias.

Se llevaron el cuerpo al Servicio Médico Legal. Hecha la autopsia, lo trasladaron a la Iglesia Santa Elena de Las Condes. Era domingo y la gente no dejaba de llegar.

-El lunes, el día del funeral, mandaron una delegación del Ejército…

Se le cruza una idea:

-Creo que el funeral de mi papá fue utilizado por varios propósitos que no eran los que él hubiera querido. Creo que estaba tan enturbiado el ambiente por el traslado a Punta Peuco, que la noticia se convirtió en morbo. Además, mi papá dijo siempre que la entrevista que le hicieron a Manuel Contreras fue una trampa, porque cuando lo entrevistaron todos conocían su temperamento, su arrogancia, y todo el mundo sabía lo que iba a decir. Sintió que fue una trampa para poder castigarlos y mandarlos a Punta Peuco. Era como “dejemos que hable, que despotrique todo lo que quiera, así tenemos motivos justos y los mandamos a Punta Peuco”.

Continúa:

-Y ahora se están aprovechando los que quieren interponer una demanda de cuasi delito de homicidio contra Piñera, cosa con la cual nosotros estamos absolutamente en contra y no nos adherimos para nada, bajo ningún punto de vista.

-Pero su padre criticó al Presidente Piñera en su carta póstuma….

- Bueno, eso que dijo lo compartimos todos en mi familia, en cuanto a que Piñera habría actuado por motivos electorales futuros. Fue una debilidad política, personal, humanitaria. Porque todas las veces que pidió salir del penal por razones humanitarias, por su salud, sus 88 años, nunca nos contestaron. Yo incluso le escribí a la ministra de Justicia, Patricia Pérez, y no me respondió.

-El Presidente dijo que había dado el pésame…

-Llamó a mi hermano a Nicaragua y le dijo: “Mis sentidas condolencias”.

-¿Nada más?

-Parece que cuando Piñera le dio la condolencia a mi hermano, le dijo que se estaba estudiando haberle dado a mi papá reclusión domiciliaria. Ya era tarde.

-¿Qué van a hacer con todas las carpetas de su papá?

-Las vamos a quemar. Vamos a destruirlas todas.

-¿Por qué?

-No tiene sentido guardarlas. Todo ya pasó.Y descansa en paz. De eso estoy segura.

 

Entrevista realizada al diario La Segunda y reproducida por DiarioChile, muestra la integridad y unidad de una familia chilena frente a la adversidad y la debilidad política de quienes pueden llegar a influir sobre la vida de una persona, por un interés electoral.