Al diablo con la misma piedra…
Cristián Labbé Galilea
El escritor inglés Paul Johnson, un maestro del oficio de escribir columnas, señala en su libro “Al diablo con Picasso” que el columnista, o quien aspire a serlo, debe manifestar su opinión sin muchas ambigüedades, en forma clara y sin rodeos, y no tiene por qué ser, ni presumir ser, un profesor de clase avanzada, ni un orador de tribuna, ni un predicador de púlpito sino, simplemente, un contertulio honesto, alguien a quien se lee porque nos parece fidedigno, aunque no siempre compartamos sus puntos de vista.
Debe ser por eso que me sentía tan cómodo con este género literario hasta que, al comentarle a unos contertulios cuál sería mi tema de la semana, uno de ellos, muy fiel y buen amigo, sin mediar preámbulo me espetó: “Tú sabes que no te leo… pero si de algo te sirve, estoy totalmente de acuerdo con tu opinión…” Qué desilusión, que te digan que tienes razón pero que al mismo tiempo te hagan ver que son pocos los que te leen.
Pensándolo bien y siendo positivo me convencí de que me debería dar lo mismo, total este “mordaz amigo” –nunca sabrá que lo denuncie en estas líneas- no es sino la minoría del grupo.
Algo parecido ocurre en nuestra realidad nacional, donde una minoría muy odiosa, a diferencia de nuestra cofradía, en la que seguimos siendo amigos, nos hace imposible vivir en la copia feliz del Edén. Son ese grupúsculo de políticos y politizados que nos tienen envueltos en un entramado de intrigas y conciliábulos del que pareciera imposible zafar.
A pesar de ello y siguiendo el consejo de Paul Johnson diré sin ambigüedades que creo que tenemos muchas esperanzas. Este verano recorrí varias regiones, sin itinerario y sin aferrarme a ningún compromiso, y pude comprobar en todas parte donde fui, que son miles y miles las personas que representan el país real y a quienes se diría que no vemos: ese ciudadano medio, “the real chilean people”, que en familia y de acuerdo a sus capacidades disfruta del periodo estival en un auto digno (comprado con un interminable crédito) que da cuenta de su expectativas futuras… Ese viajero personaje bien “achoclonado” se acostumbró al progreso, al bienestar, a que las cosas se pueden lograr con esfuerzo y, lo más importante: a que no hay vuelta atrás, porque no va a renunciar a que su familia progrese.
Después de sufrir la congestión, los tacos, las esperas y las demoras en estaciones de servicio, aeropuertos, restaurantes, baños, mercados, peajes y donde fuera que entré, me convencí de que más del 80 por ciento de este país quiere vivir en paz, en un ambiente seguro, progresar regularmente y alcanzar con su esfuerzo una calidad de vida razonable y digna. Junto con volver a tener esperanza y recuperar la confianza en el hombre común y corriente, me surgió la desesperación de ¿qué hacer para despertar a esa mayoría que está siendo gobernada por un grupo de inoperantes que solo piensan en pequeñeces…?
Concluí que ¡ahí está el desafío futuro…!, despertar ese tremendo capital humano que espera poder realizar sus sueños en paz, al que le da lo mismo cómo piensa el que está detrás en la cola o al lado en el peaje, y que cada uno a su manera quiere viajar y disfrutar de las vacaciones por igual.
Si hace tantos años Gandhi nos advirtió que lo que destruye a la sociedad es la política sin principios, el placer sin compromiso, la riqueza sin trabajo, la sabiduría sin carácter, los negocios sin moral…, ¿cómo diablos podríamos seguir tropezando con la misma piedra?