RECAPITULANDO LA HISTORIA
Influido por las circunstancias, desde hace algún tiempo dedico algunas horas en las noches a lo que no es ni más ni menos que el intento de escribir un relato ordenado y didáctico de lo ocurrido en la historia política de nuestro país a partir de la crisis final de la constitución de 1925 y hasta la plena vigencia la constitución de 1980, al término del gobierno militar.
Muchos de mis cercanos, además de no estar para nada convencidos de la conveniencia de esta empresa historiográfica -que espero vea la luz el próximo marzo- coinciden en que dicho periodo ha sido tan estigmatizado y satanizado que ningún esfuerzo, por serio que sea, logrará cambiar la percepción que dé él se tiene. ¡Como a porfiado nadie me gana…! sigo adelante con la idea de refrescarles la memoria a quienes vivieron parte de ese periodo y a quienes como “loros insulsos” repiten… mentiras verdaderas.
La persistencia en mi solitario y nocturno desafío radica en la insoslayable responsabilidad que tenemos los protagonistas de esa época de responder con valor y entereza a la tendencia de los tiempos… la mentada “post verdad”, o posverdad.
La posverdad (existe desde hace tiempo pero se populariza con Trump) es un neologismo que describe esta situación en la cual, a la hora de crear y modelar opinión pública, los hechos objetivos pierden influencia porque se apela directamente a las emociones y a las creencias personales. En la posverdad (o política posfactual) algo que simula ser verdad… es más importante que la propia verdad, y las referencias concretas, verdaderas, son sencillamente ignoradas. Para algunos autores la posverdad es simplemente mentira, estafa o falsedad encubiertas con términos políticamente correctos.
En Chile vivimos esta experiencia desde hace tiempo… En nuestra realidad los hechos objetivos han sido menos concluyentes que las impresiones, las emociones o las percepciones a la hora de crear opinión. Hace largo rato que vivimos bajo el imperio de la posverdad, donde la vida política y las comunicaciones han sido dictaminadas y contaminadas por muchos factores, entre los que la veracidad casi siempre está omitida… ¡Hoy la verdad no tiene el mismo valor que tuvo! En este entorno, los “maestros” de la posverdad ignoran los controles de veracidad o son desestimados con la argucia de que están motivados por prejuicios.
Solo un ejemplo. Han pasado 43 años el pronunciamiento militar y 26 de la vuelta a la democracia y nuestra sociedad política, en relación a los procesos contra los militares, aun no da muestras de respetar: la igualdad ante la ley, el debido proceso, la prescripción, la presunción de inocencia, la irretroactividad de la ley, (nulla poena sine lege) o las garantías constitucionales. Más parece actuar en el ámbito de la diosa de la venganza (Némesis), que de la diosa de la justicia (Diké). Cómo no, si para un vengador lo más conveniente es mantener las heridas abiertas y eso es lo que han logrado nuestros políticos… sin excepción.
La posverdad, la retórica y la desinformación, así como, la alteración de hechos, han sido la forma de vengarse y de reivindicarse que ha usado la izquierda respecto a sus responsabilidades en la ruptura institucional de 1973. Sándor Márai, escritor húngaro, escribió “Nunca son tan peligrosos los hombres como cuando se vengan de los crímenes que ellos han cometido”.
Ante esta realidad que en nuestro país se instaló hace tiempo, y aun cuando a muchos pueda acomodarles la posverdad, ¡imposible quedarse dormido…, seguiré recapitulando la historia real!
Por Cristián Labbé Galilea