Mal Humor
Este año el festival de Viña no pasó inadvertido –en verdad pocas veces le ocurre, pero ahora hizo especial ruido no tanto por el espectáculo musical en sí como por el humor político, el tratamiento que los “cómicos” les dieron a las autoridades nacionales (de todos los sectores) y la ordinariez usada de instrumento para la hilaridad. La crítica no tardó. Para algunos la clase política bien se lo merece, “son ellos los que con su actuar han construido esa imagen”, otros más livianos encuentran que no es para tanto, que hay que dejar de lado la pacatería, y están también aquellos a los que nada impresiona: “qué te preocupa, es el mundo que estamos viviendo”.
Por cierto, el humor político ha existido desde tiempos inmemoriales. Son muchos los que han hecho del humor su plataforma para criticar o para representar una determinada contingencia y comunicarse más directamente con el público. En el país hemos tenido cómicos de gran categoría en este género, Manolo Gonzalez, Firulete, Coco Legrand, la revista Topaze y otros…
Lamentablemente lo que hemos visto estos días no guarda relación con lo hasta aquí vivido por nuestra sociedad. La chabacanería, la grosería, la vulgaridad… ¡se extralimitaron! No puedo creer que alguien piense que tal nivel de insolencia contribuya a distender el ambiente nacional.
Preocupa que no se perciba cómo este tipo de humor fácil y vulgar perturba peligrosamente la convivencia, socava nuestra enclenque institucionalidad, agravia la exigua “dígnitas” del hombre público y debilita su ya menguada “autóritas”.
Ver en vivo y directo a connotados personajes, rostros emblemáticos de los medios de comunicación, aplaudir efusivamente tal nivel de groserías y ofensas (incluso diría injurias), aumenta mi desazón. Me pregunto si esas actitudes no son parte de la causa por la cual ya nadie respeta a nadie, en la casa, en la escuela, en la calle, en el trabajo, en la locomoción colectiva.
Hemos errado el camino. Mientras no fortalezcamos las virtudes personales, la ética y el respeto por la dignidad y prestigio del hombre tanto público como privado, no vamos a erradicar el odio, la intolerancia y la dislocación política, económica, social y valórica.
Lo vivido estos días me trajo a la memoria “España invertebrada”, de Ortega y Gasset, obra que por ahí por 1921 anotaba los efectos de la crisis social y política por entonces vivida en la península ibérica. Hace más de 90 años dicho filósofo advertía cómo al avanzar de un proceso de descomposición, desarticulación y demolición valórica conducía indefectiblemente a una progresiva disgregación, desde la periferia al corazón del orden nacional, comienzo de una desintegración institucional que termina en una… “sociedad invertebrada”, donde el Estado carece de la autoridad para hacer frente a las fuerzas de la descomposición.
Si con ayuda del humor político vamos hacia un “Chile invertebrado”, en ningún caso ese humor es para la risa.
Por Cristián Labbé Galiliea.