Alain Soulat: “Con mi enfermedad me siento más afortunado”
Tras ser diagnosticado con esclerosis múltiple, el actual conductor de “Calle 7” mejoró sus hábitos y vio cómo sus metas profesionales se hacían realidad con la disciplina y madurez que le trajo la adversidad.
Siete son las lesiones más graves de su cabeza, que lo tienen inyectándose una fuerte droga cada siete días, para que no se multipliquen y, ojalá, cicatricen. Alain Soulat trabaja en el canal 7, anima “Calle 7”, y pese a haber sido diagnosticado de esclerosis múltiple -con 87 manchas en su cerebro, el 27 de mayo de 2011-, se considera una persona con suerte.
A sus 36 años, el araucano es una de las 3 mil personas que hoy padecen esclerosis múltiple, enfermedad que les permite vivir con relativa normalidad gracias al tratamiento que existe, pero que constantemente les recuerda que puede venir una crisis en cualquier momento. “Es como un terremoto. Puede pasar ahora”, comenta el sureño conductor.
Alain prácticamente se graduó en “Calle 7”. Después de un breve paso por “Amor ciego 2”, algunos períodos de cesantía, un sinfín de papeles secundarios y otros más protagónicos en recreaciones y miniseries de tv, y miembro del grupo fundador de “Yingo”, este locutor y productor de eventos entró como uno de los participantes del programa juvenil de TVN.
Nunca le ganó a los mejores, confiesa, pero por ganas, nunca se quedó atrás. Al tiempo empezó a hacerse cargo de varias secciones del programa y su popularidad lo llevó a aventurarse a Paraguay, donde –al igual que en Ecuador y Perú- existe una versión local del espacio de competencias. Allí, le ofrecieron convertirse en coanimador, acercándose cada vez más a su sueño adolescente, cuando animaba las fiestas de su liceo en Arauco. Pero mientras su experiencia en Asunción iba viento en popa, un viernes de mayo, despertó con su lengua trabada y la mitad de su cuerpo paralizado.
“El doctor me dijo que tenía esclerosis múltiple y lo primero que pensé fue que era una enfermedad a los huesos, como la artritis. Me dijo que no tenía cura, y quise saber si me iba a morir, para pedir un crédito e irme a recorrer el mundo. Fueron los ocho minutos más dolorosos de mi vida, porque eso duró mi pena. Cuando supe que no iba a morir, lo único que pensé fue en ver cómo lo haría para caminar de nuevo y hablar tranquilo”, dice este sureño que no niega su facilidad para la conversación.
Por recomendación de su doctor paraguayo, se vino a Chile a tratarse con el plan Auge, que le ayudó a recuperar la movilidad de su cuerpo y que hoy le permite costear sus inyecciones y escáner que cada cierto tiempo debe hacerse para ver cuánto han avanzado o retrocedido las manchitas en su cerebro.
Tras dejarle claro a su familia que no quería que vendieran cosas ni nada parecido para costear su tratamiento –“la enfermedad no debe enfermar al resto de la familia”, dice- en TVN le ofrecieron retomar su trabajo, en la co-animación, pero esta vez en su país. “¿Quién iba a contratar a alguien con una enfermedad? Si pasaba ocho meses en la clínica, ¿quién pagaba? ¿La empresa? TVN se arriesgó conmigo, igual que ‘Calle 7’. Por eso soy muy camiseta con este canal porque me dio la posibilidad de desarrollarme y difundir mi enfermedad no de manera lastimera, sino que comunicacionalmente”, dice el actual rostro de la Asociación Chilena de Esclerosis Múltiple y tercer conductor en la historia de “Calle 7”, quien pasó al mando tras la salida de Jean Philippe Cretton.
“Hoy, en lo único que pienso es en no fallar en el programa. Quiero demostrar que tengo algo que entregar. Es complicado el ritmo; la tele no perdona mucho y hay que estar viendo que no se te vayan los humos a la cabeza. Pero creo que la enfermedad me dio un correctivo en ese sentido”.
-¿Estás bien, entonces?
“Sí, perfecto. Si me comparo con hace un año y medio atrás, antes que me diera la enfermedad, creo que estoy mejor. Estoy súper cuadradito, cabecita, más maduro. Me asusté y contra eso no hay nada que hacer. Dejé de farrear, y encontré que hay maneras y maneras de divertirse. Me di cuenta que la luz del día me gusta más que la noche”.
-¿Eras muy carretero?
“Sí, disfruté bastante mi juventud. Soy muy amigo de mis amigos, pero ellos entienden que yo no tomo, por decisión propia. Y ha sido mucho mejor, porque me pude conocer mejor, dormir mejor, estar bien al otro día. Mi cuerpo está reaccionando mucho mejor, y lo único que me queda es dejar de fumar. El doctor solo me dijo que, como un auto, si me cuidaba, iba a durar más tiempo, pero recordando que esta enfermedad es larga, degenerativa. Lo que ves ahora puede que no sea lo mismo que verás a mis 42 o 52. No sé cómo voy a estar”.
-Pero las inyecciones te ayudan a mantener controlada la enfermedad, ¿no?
“Es que eso solamente la ralentiza, no es cura. Tema aparte, es que no me he querido comprometer con nadie, porque creo que me tienen que conocer muy bien o entender por lo que paso, para estar conmigo, por eso de que no sé cómo voy a estar en el futuro. No quiero ser una carga para la persona que amo. Supongo que los dos tendremos que tener claras las reglas del juego”.
-En su momento, ¿nunca te preguntarse ‘por qué a mí’?
“No. Lo que analicé rápidamente fue cómo lo hacía para salir de esto. Pensaba en atinar. Otra enfermedad, como el cáncer, tal vez no me habría dado la posibilidad de estar contándola ahora. Pero siempre he dicho que en vez de lastimar con mi enfermedad me siento más afortunado de tenerla, porque me hizo cambiar las cosas en mi vida, ¡y mira lo que me pasa en este minuto!”.
-¿Recuerdas todo el tiempo tu enfermedad?
“No, los lunes, cuando me vacuno. El resto de los días trato de estar bien no más, de alejarme de la gente que me quita energía. Prefiero no escuchar críticas que no son constructivas. Puedo pasar por pesado, pero no me relaciono con gente que está en mala onda, depresiva. Mi enfermedad es anímica y si empatizo con un problema muy fuerte, trato de ayudar hasta donde pueda, pero después ya no es mi responsabilidad. Lo que más aprendí con esto es que las enfermedades y problemas son de uno, no del resto. Y bajo esa regla, cumplo”.
Con las cosas ya bastante más claras en su vida, Alain tiene su mente enfocada en su futuro. Le preocupa, tal vez de forma más apremiante que a otros de su edad, cómo será su jubilación y cómo financiará su vejez y sus gastos médicos. Para eso tiene el sueño de poner en sus tierras un pequeño hotel boutique que le permita, según sus cálculos y esperanzas, a los 50 años, irse con su señora y sus hijos a vivir al sur.
Otro de sus deseos es, ojalá, convertirse en alcalde de Arauco, tierra fértil de deportistas y artistas, como dice. Pero de momento, lo que va más encaminado es el negocio hotelero.
-Te complica el tema del matrimonio, pero igual te proyectas con una pareja…
“Tengo sueños. Me gustaría tener un hijo; tengo 36 años ya. Me gustaría formar una familia, encontrar a una polola, después casarme. Pero entiendo que el auto chocado ya no vale lo mismo, independiente que mi máscara sea de alguien canchero y simpático. No sé. Tengo algo de salud, trabajo y me falta lo otro. No puedo tenerlo todo”.
-¿Cuál es tu vicio privado?
“Me gusta andar en moto, sentir el aire en la cara, la libertad. Soy un poco maniático también; me gusta el orden, ser responsable con mis platas. Soy el peor enemigo de los bancos porque no le debo plata a nadie ni me he atrasado con mi dividendo. Soy muy ordenado en ese sentido. Medio fome, tal vez, pero despertar todas las mañanas sin deberle plata a nadie es una sensación maravillosa”.